Resumen
Cuando Daniel Arap Moi, a la edad relativamente temprana de 54 años, llegó al poder como el segundo presidente de Kenia, en 1978, después de que el presidente fundador, Jomo Kenyatta, falleciera a los 84 años, prometió inmediatamente seguir los pasos de su antecesor. Este pronunciamiento fue significativo por diversos motivos. El nuevo mandatario buscaba inspirar al pueblo un respeto similar al que tenía Kenyatta, quien por su avanzada edad merecía el calificativo de mzee, título de reverencia para un anciano en swahili. Moi se apropiaba del discurso de la edad como un medio para justificar su posición autorita ria al asumir la metáfora del anciano paternal que constituía la máscara del poder político en Kenia. Como argumenta Ogola, esta imaginería paternal, utilizada en todo el país, siempre ha legitimado la gerontocracia.
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